Tensión bélica en Ucrania

Conflicto OTAN-Rusia: la crisis del gas

Si la primera víctima de toda guerra es la verdad en el caso de la amenaza de guerra entre EEUU y Rusia no es diferente. Todas las declaraciones, justificaciones y opiniones expresadas por los distintos gobiernos y la prensa oficial sobre el conflicto de Ucrania, son como tinta de calamar.

Jesús María Pérez. Artículo publicado en Porelsocialismo.net.

Solo tratan de ocultar las verdaderas razones que han provocado la irrupción de una tensión prebélica que encierra alambicados conflictos económicos, políticos y geoestratégicos provocados por el incremento de la competencia inter-imperialista.

El conflicto en Ucrania no es nuevo. Desde la anexión de Crimea por Rusia en el 2014 y el inicio de la guerra del Dombás ha habido 14.000 muertos, 3.000 de ellos civiles, según cifras oficiales. En las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk, limítrofes con Rusia, ha habido una guerra permanente, de las llamadas de baja intensidad, durante 8 años a pesar de algún alto el fuego temporal. Entonces, después de tanto tiempo, ¿por qué los dirigentes de Rusia, EEUU y la UE se acuerdan, precisamente ahora, de la seguridad, la soberanía, la libertad o los derechos democráticos en la zona?

De hecho, la lucha por ver de qué lado cae Ucrania, si del Oriental o el Occidental, se remonta a mucho antes cuando la OTAN propuso la entrada en la organización a Ucrania y a Georgia en 2008 y, aunque nunca llegó a realizarse, supuso un enfrentamiento con Rusia y sembrar dramáticos elementos de división en la sociedad ucraniana.

No se puede perder de vista que las potencias capitalistas occidentales aprovecharon la caída de los regímenes estalinistas del Este y ese momento inicial de debilidad y desconcierto de Rusia, para arrebatarle todo lo que pudieron de su esfera de influencia. Trece de los países que en su día pertenecieron al Pacto de Varsovia hoy forman parte del entramado OTAN y UE (entraron en la OTAN en 1999, Polonia, Hungría y Chequia. En el 2004, Lituania, Estonia, Letonia, Eslovaquia, Eslovenia, Rumanía y Bulgaria. En 2009, Albania y Croacia. En 2020, Macedonia del Norte). Es bastante elocuente la declaración que el diario Público pone en boca de “los aliados” de una forma genérica: Moscú no tiene derecho a crear áreas de influencia y vetar o condicionar el futuro de las ex repúblicas soviéticas. Ese derecho se lo reservan ellos en exclusiva.

Es indudable que la nueva clase burguesa rusa agrupada en torno a Putin tiene un gran interés en no perder ni un solo milímetro más en lo que consideran “sus territorios históricos”, sobre todo en aquellos que hacen frontera directa con Rusia. Tiene su lógica que reaccionen frente a las reincidentes maniobras expansionistas de la burguesía europea y norteamericana, pero, volviendo a la pregunta anterior, ¿por qué ahora?, ¿qué factor ha elevado el conflicto hasta el grado de amenaza de guerra?

El gas

En un contexto en el que la burguesía rusa se siente más fuerte debido al fracaso estrepitoso de los EEUU y sus aliados en Afganistán, que les deja en una situación de casi exclusión en Asia, todo indica que la marejada de fondo, y a la vez detonante en esta ocasión, ha sido el gas. O dicho de forma más precisa, la lucha por el dominio del mercado mundial del gas. No es casualidad que todos los países afectados por esta crisis tengan a su vez un papel relevante en el comercio del gas ya sea como productores, consumidores, o ambas cosas a la vez.

En una situación en la que la economía mundial se ve obligada a llevar a cabo una transición de enormes dimensiones entre las fuentes de energía fósil y las renovables, la importancia estratégica del gas se dispara debido al rol transicional que se le ha otorgado, por ejemplo, en la producción de electricidad. A diferencia del petróleo crudo convencional, que ya alcanzó su máximo histórico de producción en 2005-2006 (peak oil), el gas no lo ha alcanzado aún (Ver Petrocalipsis. Crisis energética global y cómo (no) la vamos a solucionar. Antonio Turiel), aunque estemos cada vez más cerca tras doblar su producción entre el año 2000 y el 2020 (en el año 2000 la producción global de gas fue de 2.000 bcm mientras en el 2020 se alcanzaron los 4.000 bcm).

En los últimos 30 años los mayores productores mundiales de gas han sido, y siguen siéndolo, EEUU y Rusia. Hasta 2011 Rusia encabezaba la lista. A partir del año siguiente y hasta 2020, la producción gasística estadounidense creció en un 48% mientras que la de Rusia tan solo lo hacía en un 4,7%. EEUU pasó a liderar la producción hasta superar en más de una cuarta parte a la de Rusia gracias a la costosa y dañina explotación masiva de yacimientos bituminosos a través del fracking. En 2020 con 960 bcm (unidad de medida que traducida al castellano significa miles de millones de metros cúbicos), el primero, y 705 bcm, el segundo, acaparan el 40% de la producción global.

EEUU y Rusia también son los principales consumidores de gas y su consumo interno ha ido en aumento, pero la producción ha crecido a un ritmo superior. Esto implica una mayor competencia entre ellos para colocar su gas excedentario en el mercado mundial. Esto es vital, sobre todo para Rusia en la medida que la exportación de hidrocarburos supone más del 50% de sus ingresos por exportaciones, fuente esencial para su economía. La clase dominante rusa teme que la transición energética europea deje en un plazo relativamente breve a Rusia sin gran parte de esos ingresos.

Además, esta competencia también se ha recrudecido por la irrupción de nuevos grandes productores que se han sumado a los que ya eran tradicionales, algunos de los cuales han experimentado destacados crecimientos (como Qatar, Arabia o Canadá). Entre los “nuevos” destacan Irán, Australia o China.

Solo entre cinco estados, Irán, Canadá, Noruega, Qatar y Australia producen bastante más que Rusia y todos ellos tienen un excedente que tienen que colocar en el mercado internacional.

El otro factor que agudiza la competencia entre las potencias gasísticas es el fuerte aumento de la demanda, sobre todo en el área asiática. China casi ha triplicado su consumo en la última década y es ya el tercer consumidor mundial de gas. También es el cuarto productor, pero aún es deficitaria y se ve obligada a importar algo más del 40% del gas que consume.

Estrategias diferentes

EEUU y Rusia se han basado en diferentes estrategias comerciales y de distribución del gas, forzados, en primer lugar, por las condiciones geográficas de cada uno. Rusia gracias a la accesibilidad terrestre a su mercado principal, el europeo, optó por los gasoductos. En la misma línea ya han anunciado la construcción de un nuevo gasoducto entre Rusia y China, que es el gran mercado futuro. EEUU solo podía atravesar el Atlántico o el Pacífico en buque, por lo que su opción fue el gas licuado transportado en grandes barcos metaneros.

Por otra parte, la situación energética de la Unión Europea, que es sumamente débil debido a su dependencia del exterior, se puede resumir en que importa el 60% de su energía, una cifra que ha crecido en los últimos años, y alcanza el 90% en el gas. El caso de Gran Bretaña, aunque ya no forma parte de la UE, es revelador. Ha pasado en veinte años, de tener superávit de gas a cubrir solo la mitad de su demanda con producción propia. El 40% del gas consumido en Europa proviene de Rusia. En los países bálticos y algunos del norte de Europa el 100% del gas que consumen proviene de Rusia.

Para garantizar ese suministro del gas, Rusia contaba inicialmente con dos gasoductos: el que pasa por Polonia y Bielorrusia (Yamal-Europa) y el que pasa por Ucrania. Esta circunstancia significaba para Rusia un importante coste de servidumbre. Ucrania ingresa, solo de tarifas sobre el transporte del gas que pasa por su territorio, el 4% de su PIB. Pero lo más importante para Rusia era la incertidumbre que le provocaba no controlar el transporte y estar a merced de todo tipo de presiones ejercidas desde occidente. No en vano, según distintas fuentes, uno de los directores de la empresa gasística más importante de Ucrania, Burisma, fue Hunter Biden. Hunter es hijo de Joe Biden, actual presidente de los EEUU.

Con el fin de superar ese punto vulnerable Rusia, a través de Gazprom, y junto a un sector significativo de la burguesía alemana muy preocupado por su suministro, deciden construir un gasoducto directo entre ambos países. Se trata al menos de diversificar las posibles vías de transporte. Es el gasoducto Nord Stream que se empieza a construir en 2010 y discurre por el mar Báltico. En 2011 entra en funcionamiento y abastece a 26 millones de hogares alemanes y a otros muchos del norte de Europa. El gasoducto tiene una capacidad anual de 55.000 millones de metros cúbicos –más de la mitad de los 95.000 millones de metros cúbicos de gas que los alemanes consumieron en 2019–.

Gerhard Schröder, el excanciller alemán del SPD (Partido Socialdemócrata Alemán) entre 1998 y 2005, es el presidente del comité de accionistas de Nord Stream, un puesto que asumió pocas semanas después de dejar sus cargos públicos y ya se ha anunciado que en junio de 2022 entrará a formar parte de la junta directiva de Gazprom. También es presidente del consejo de supervisión de la empresa estatal de energía Rosneft presidente de la junta directiva de Nord Stream 2 AG.

La mayoría de la dirección del SPD ve en esta estrategia algo que va mucho más allá de la necesaria garantía de suministro de gas. Defienden una relación más estrecha con Rusia que denominan Wandel durch Handel (Cambio a través del Comercio) y que definió muy certeramente el exministro alemán de relaciones exteriores, Heiko Maas, también del SPD, al presentar el gasoducto como un medio para seguir en contacto con Rusia. Una estrategia de puentes quemados no es solamente errada, sino peligrosa, dado que empujaría a Rusia a una cooperación económica y militar más estrecha con China.

La burguesía alemana siempre ha mirado al Este y son conscientes, al menos una parte de ella, de que una política de enfrentamiento directo con Rusia no conseguiría más que estrechar parte de su propia zona histórica de expansión comercial y reforzar un bloque imperialista alternativo asiático que incrementará las tensiones y la lucha por los mercados en todo el mundo.

Nord Stream 2

Siguiendo con la estrategia de asegurar el suministro a través de los gasoductos se anuncia en 2015 la construcción de uno nuevo, también por el Báltico, y paralelo al existente. Es el Nord Stream 2 con una inversión de 11.000 millones de dólares con la que Gazprom (empresa de energía rusa controlada por el Estado, pero gestionada como una privada. El 6% de sus acciones están en manos de empresas alemanas) duplicaría la capacidad de esa vía báltica. El anuncio es muy polémico y desata la oposición frontal de los gobiernos de EEUU, Ucrania y algunos de los países de la UE.

Donald Trump escenificó su enfado en una cumbre de la OTAN en 2018: “Alemania dejará que casi 70% del país esté controlado por el gas ruso. Díganme, ¿es eso apropiado?”. Es la lucha por el mercado europeo. Pero el enfrentamiento fue mucho más lejos de las simples declaraciones. Las sanciones que se habían impuesto a Rusia a raíz de la ocupación de Crimea en 2014 se prolongaron y ampliaron hasta 2021, algunas bajo acusaciones como “la supuesta intervención rusa en las elecciones estadounidenses de 2016”. Además, se acentuó la militarización de toda la zona fronteriza con Rusia y se incrementó el envío de tropas y el suministro de armamento a Letonia, Lituania, Estonia, Bulgaria y Ucrania. “Desde 2014, EEUU ha suministrado 2.500 millones de dólares (de forma oficial) en «ayuda militar» a Ucrania” (Fuente: ElDiarioe.es).

Las sanciones consiguieron bloquear durante año y medio la construcción del nuevo gasoducto al apartarse del proyecto la empresa suiza encargada de tender la tubería. El gobierno alemán, a través de su ministro de Finanzas, Olaf Scholz, hoy canciller, ofreció al gobierno de Trump financiar la construcción de dos terminales de descarga de gas licuado para que EEUU dejara de oponerse al nuevo gasoducto. El rechazo de Trump fue tajante: “deberíamos estar defendiéndonos de Rusia y Alemania va y le paga miles y miles de millones de dólares por año a Rusia» y exigió a Merkel “que dejara de alimentar a la bestia”.

Finalmente, el gasoducto se terminó en septiembre de 2021 pero sigue sin entrar en funcionamiento porque aún no se han superado todos los obstáculos legales y políticos a los que este macroproyecto se ha enfrentado. La Comisión Europea aprobó en 2019 una directiva por la que se impone que la propiedad de los gasoductos y del gas esté diferenciada, lo que se ha convertido en una condición indispensable para conseguir los permisos de funcionamiento, con el fin de evitar “el monopolio y las dependencias” según Robert Habeck, nuevo regidor del Departamento para el Cambio Climático alemán. La oposición al nuevo gasoducto no sólo ha llegado al parlamento alemán sino también al gobierno de la mano de los Verdes, ahora en coalición con el SPD.

El organismo regulador alemán se ha dado a sí mismo seis meses para adoptar una decisión que podría dejar la inversión de Gazprom en chatarra inútil.

Las consecuencias de tratar de cercar a Rusia han sido que se ha convertido en el primer exportador de hidrocarburos a China, desplazando a Arabia Saudí, aumentar el gasto militar global, y, con ello, los beneficios de las empresas de armamento. Baste como ejemplo decir que el gasto militar en 2020, año de pandemia en el que todas las economías han retrocedido, se incrementó en la UE un 5%.

El gas licuado

La otra estrategia de distribución mundial del gas ha sido la del gas licuado. Las empresas gasísticas estadounidenses comenzaron a colocar su gas natural licuado (GNL) en los mercados internacionales hace solo seis años, especialmente en Asia. Pero ante el alza de los precios del gas en Europa a finales del año pasado, comenzó a desviar a sus barcos metaneros, algunos en plena travesía, hacia el viejo continente. Ya lo dijo Donald Trump: «Nuestro gas irá donde tengan los mejores precios«.

Rusia ha reconocido haber reducido el envío de gas a Europa en un tercio, probablemente como medida de presión para que el Nord Stream 2 sea aprobado. También probablemente con esa medida ha contribuido a que la subida del precio del gas en Europa sea mayor ya que provocó que las reservas de la Unión Europea cayeran hasta el 48% de su capacidad, cuando el promedio en la última década ha sido del 66,5%. Sí, es la ley del mercado y, ante la reducción de las reservas, en Europa se comienza a comprar gas licuado a las empresas estadounidenses.

Pero esto no es ningún chollo y las consecuencias las están pagando las familias trabajadoras de toda Europa. Según estiman dos investigadores franceses (Sadek Boussena, antiguo ministro de la Energía en Argelia e investigador en la Universidad de Grenoble y Catherine Locatelli, investigadora en el CNRS de Francia), “Gazprom es capaz de proveer gas natural a un coste marginal de 3,80 dólares por MMBtu en la frontera alemana. Esta tarifa amenazaría las exportaciones americanas de GNL, cuyo coste marginal se situaría entre siete y ocho dólares por MMBtu«. (MMBtu, abreviación cuyo significado, tomado del glosario de los autores, indica que es una unidad de medida de energía anglosajona, que representa la cantidad de energía necesaria para elevar la temperatura de una libra inglesa de agua 1º F a la presión constante de la atmósfera).

La llegada de Biden a la Casablanca no supuso un cambio en la política estadounidense en un primer momento. Fue a partir del 7 de junio de 2021 cuando Biden declaró que el gasoducto era un hecho consumado y el 21 de julio, una semana después de reunirse con Merkel, Biden levantó las sanciones por completo.

El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski afirmó haber sido apuñalado por la espalda y para compensar el gobierno alemán prometía favorecer la continuidad del transporte de gas ruso a través de Ucrania durante otros 10 años, además de contribuir con 175 millones de dólares a un nuevo fondo verde para que Ucrania mejore su independencia energética con fuentes renovables.

Biden buscaba matar dos pájaros de un tiro. Allanar el camino al mercado europeo del gas licuado y recabar el apoyo de Alemania frente a China.

El canciller Scholz sigue apoyando el proyecto Nord Stream 2 pero ahora se ha colocado al lado de Biden y los líderes del G7 frente a Putin para afirmar que la invasión de Ucrania significaría su suspensión, confiando en que la simple amenaza tenga el suficiente poder de disuasión.

Perspectiva: ¿Qué va a pasar?

Nadie tiene una bola de cristal para saber lo que va a pasar en el futuro, pero si nos dejamos llevar por las iniciales declaraciones belicistas de la ministra española de Defensa, Margarita Robles, hechas el pasado 20 de enero, la guerra contra Rusia parece inminente. Afortunadamente la realidad es un poco más compleja y depende de otros factores que el simple impulso agresivo de una señora ministra, aunque su disposición a la guerra ha quedado clara.

Valorando la situación y los intereses de los principales actores en este conflicto podríamos deducir, a riesgo de equivocarnos, que el gobierno ruso no tiene intención de invadir Ucrania. Su interés central en estos momentos es conseguir la apertura del gasoducto Nord Stream 2 y son plenamente conscientes de que la opción bélica acabaría definitivamente con esa posibilidad. Necesitan recuperar la gran inversión realizada en el nuevo gasoducto, necesitan asegurar el suministro por la vía báltica. Para conseguirlo han tomado distintas medidas de presión: han reducido el suministro de gas a Europa, han reducido el suministro por los otros gasoductos e incluso han llegado a invertir el flujo -de forma puntual- de combustible en el gasoducto de Yamal-Europa. El movimiento de tropas en la frontera, es, según todo parece indicar, una medida de presión más en respuesta al despliegue militar occidental durante los últimos años que persigue el mismo objetivo respecto al nuevo gasoducto. Es cierto que todo movimiento de tropas encierra un riesgo pues alimentas el ambiente belicista, pero si hubiesen tenido realmente la intención de invadir Ucrania y entrar en guerra con la OTAN, lo habrían hecho y no habrían esperado a anunciarlo con antelación. Además, una guerra en territorio ucraniano pondría en peligro la existencia del gaseoducto que atraviesa su suelo dejando a Rusia en una situación aún más débil.

A la mayoría de los países europeos no les interesa una guerra que pondría en peligro su suministro de gas relativamente barato. Depender de otras fuentes tendría muchas incógnitas: precios más caros, dispersión y limitación de los suministros… De hecho, si este episodio de la soterrada guerra del gas no desemboca en un enfrentamiento militar a gran escala y se mantiene como un conflicto “local” en torno a el Donbás y Crimea, con una intervención más o menos abierta de Rusia, hay gobiernos europeos que no piden una respuesta militar sino sanciones. Algunas de ellas podrían ser tan serias como sacar al sistema ruso del sistema bancario internacional controlado por los EEUU. Las sanciones, los bloqueos, no solo golpean a los gobiernos, sino que siempre tienen un efecto muy duro para los pueblos que los sufren e incluso para quién se cree a salvo de los mismos. Por ejemplo, se generó una crisis en el sector de la fruta, cuando, entre otras, la respuesta de Rusia a las sanciones que le impusieron fue limitar o prohibir la exportación a Rusia cuando empezaba a tener un peso el sector agrícola español -por cierto-.

Otra guerra en suelo europeo tendría consecuencias múltiples, previsibles e imprevisibles, desde lo económico a lo político y a lo social. Incluso aquellos países que se pueden sentir más seguros por estar más alejados del foco del conflicto y/o por tener el suministro principal de gas por otra vía (caso del Estado español) se verían gravemente afectados pues la lucha general por asegurarse el acceso a esa forma de energía se recrudecería y hay que tener en cuenta que en algunos casos la dependencia exterior del gas (como el español) es prácticamente absoluta.

¿Quién puede tener entonces interés en una guerra entre EEUU-OTAN y Rusia en territorio ucraniano?

Hay que ser prudentes a la hora de hablar de países y Estados como de conjuntos homogéneos. Lo cierto es que en ningún caso el interés de la mayoría de la población pasa por apoyar el conflicto armado. Pero sí hay determinados sectores, sobre todo en EEUU, que empujarán todo lo que pueden en esa dirección. Estamos hablando principalmente de dos muy concretos, el de las grandes empresas del gas y la energía, y el de las grandes corporaciones del sector armamentístico. El primero está interesado en debilitar todo lo que se pueda en el mercado global a Rusia y el segundo en vender el máximo posible de armas y equipamientos militares. Y, por desgracia, no son sectores muy alejados de las esferas del gobierno.

El lobby armamentístico

Lloyd Austin, el actual secretario de Defensa del gobierno autodenominado demócrata de Biden, era el jefe de la gran empresa armamentista Raytheon. Es decir, que los intereses que representa este gran ministro “demócrata” no son los de los trabajadores estadounidenses, sino que representa en el gobierno directamente los intereses del lobby de las armas. Tras la simple advertencia que el gobierno ruso hizo en octubre del año pasado sobre la integración en la OTAN de Ucrania, las acciones de Raytheon que en enero de 2021 se cotizaban a 65,02 dólares, pasaron a cotizarse a 92,32 dólares. Los fabricantes de armas se frotaban las manos por la lluvia de beneficios, un aumento cercano al 50%, gracias a la aparición de la amenaza de guerra. Las armas no habían aumentado su precio el 50% de un día para otro, sino que fue la especulación en bolsa con una expectativa favorable para las ventas, lo que llenó los bolsillos de los inversores; pura especulación bélica.

A los fabricantes de armas no les importa si «su país» participa en una guerra, ni por qué, ni sus consecuencias. Incluso puede llegar a importarles un comino si la gana o la pierde. Simplemente se alegran de que sus beneficios se disparen por la posibilidad de una guerra. Y se alegrarán mucho más si la guerra estalla.

A ellos no les quita el sueño lo que denuncia Nicolas JS Davies en la web de la Federación de Comités de Solidaridad con África Negra. Según sus cálculos, muy bien razonados, en las guerras en las que ha participado EEUU tras los atentados del 11S de 2001, pueden haber muerto seis millones de personas y seis países han sido literalmente arrasados. Tan sólo en Iraq y Siria se lanzaron más de 100.000 bombas y misiles en cuatro años (2014-2018). Cada una de esas bombas ha dado beneficios sangrientos a los accionistas de los lobbys armamentístico y energético porque, prácticamente todas esas guerras santificadas por una supuesta lucha contra el terrorismo, en realidad ocultaban la rapiña más salvaje para controlar enclaves fundamentales de recursos petrolíferos y otras materias primas.

Como freno hipotético de cualquier nueva iniciativa militar de los EEUU-OTAN y aunque sea a miles de kilómetros de territorio USA, está presente el tremendo fracaso cosechado en Afganistán. Tras 20 años de intervención y ocupación militar, tras dilapidar un colosal gasto económico y dejar un rastro monstruoso de muerte y desolación, vuelve al poder un gobierno talibán que era inaceptable. La derrota del imperialismo estadounidense, plasmada en una vergonzante huida precipitada, se ha determinado más por su incapacidad para mantener indefinidamente la ocupación colonial que en el campo de batalla. El capitalismo ha demostrado no ser capaz de desarrollar, o permitir el desarrollo de la sociedad afgana, en ningún aspecto significativo. Ha dejado el vacío y el vacío es ocupado de forma inmediata por lo más cercano por muy retrógrado o arcaico que sea. Tras esa experiencia cualquier ser inteligente se lo pensaría mucho antes de meterse en otra aventura de la que si sale mal no sería tan fácil salir corriendo, sino que lo más probable sería acabar gravemente herido.

Respecto al otro actor clave, Ucrania, nadie ha sido capaz de explicar en qué puede beneficiar a su población trabajadora que su hogar sea el escenario de la peor guerra posible desde la II Guerra Mundial. Una guerra entre los EEUU y sus más de 30 aliados contra Rusia no sería una escaramuza, sería una guerra a gran escala. El primer efecto sería una destrucción brutal y masiva de la mayor parte del territorio ucraniano. En segundo lugar, salvo una difícil victoria aplastante de alguno de los bandos en liza, lo más probable es que se diera una división del país entre el este y el oeste acompañada de prácticas más o menos extendidas de limpieza étnica como ya se han dado durante los últimos años a pesar de la sordina informativa en los medios occidentales. El 25% de la población es rusa y hay al menos otras cinco minorías nacionales que también lo pasarían muy mal en caso de conflicto armado (tártaros, búlgaros, rumanos, húngaros y griegos).

El débil gobierno nacionalista de Zelinsky no ha hecho más que echar leña al fuego. En febrero de 2019 el parlamento ucraniano modificó la Constitución para incluir “la irreversibilidad del curso euroatlántico de Ucrania”. En abril del año pasado declaraba que “la OTAN es la única manera de poner fin a la guerra del Donbás”. Curiosa manera de acabar con una guerra saltando a otra peor. Por supuesto que por su cabeza no pueden haber pasado medidas democráticas, como el derecho a la autodeterminación para las zonas rusas, pues solo ven en la posible secesión, mayor debilidad.

Paralelamente, en su intento de cimentar una mínima base de apoyo al gobierno prooccidental ha institucionalizado la presencia de la extrema derecha en todos los organismos oficiales, especialmente las fuerzas armadas y la policía. A diferencia de Hungría, la extrema derecha no es pro-rusa, aunque también hay en la zona del Donbás una extrema derecha vinculada a la rusa. Con Putin y la OTAN moviendo tropas y con Zelinsky llevando una política nacionalista belicista se ha fomentado un ambiente de radicalización y polarización que encierra enormes peligros. Aunque lo más probable no es que la guerra se desencadene de forma inminente y los sectores que ven los riesgos que conlleva traten de evitar su estallido, se ha creado un ambiente belicoso en el que un accidente inesperado podría ser la chispa que incendie el polvorín que han ido acumulando.

De hecho, la polarización es tan aguda que el propio Zelinsky podría ser víctima de lo que ha contribuido a engendrar. GEOPOL21, una encuesta del Instituto de Sociología de Kiev celebrada hace un año, reveló que, en caso de elecciones presidenciales, Zelinsky quedaría en tercer lugar con solo el 18,7% de los votos y ganaría el partido proruso –Por la Vida– con un 22,1% de respaldo electoral. ¿Se harán esas elecciones y se respetarán los resultados por todas las partes implicadas? O, en ese caso, ¿se desataría una auténtica guerra civil?

En el caso español

La evolución del mercado español del gas encaja con la descripción que hemos hecho de la lucha desatada en el mercado global. En 2016 ni Rusia ni EEUU figuraban como suministradores significativos mientras el principal era con mucha diferencia Argelia. Cuatro años después este último país ha visto reducido a la mitad el volumen de gas que ha exportado a España mientras EEUU y Rusia han conseguido introducir, entre ambos, la cantidad reducida por Argelia, convirtiéndose en el segundo y cuarto suministrador del Estado español, respectivamente. El cierre del gasoducto que pasa por Marruecos ha sido aprovechado rápidamente por las potencias para hacerse un hueco en un mercado que prácticamente les era ajeno.

Para completar el puzzle, por un lado, Argelia ha conseguido ampliar en una cuarta parte la capacidad de bombeo del gasoducto directo que tiene con la península ibérica –Medgaz–. Mientras, por otro lado, Marruecos había conseguido el permiso del gobierno Sánchez para utilizar algunas plantas regasificadoras españolas, así como el gasoducto cerrado por Argelia, con el fin de romper el aislamiento energético debido al corte de suministro argelino por el conflicto político entre ambos países. Esa decisión podría dificultar las relaciones con Argelia, en un momento en el que Marruecos adquiere una posición teóricamente más fuerte al acabar de anunciar el descubrimiento de dos importantes yacimientos de gas frente a la costa de Larache que empezarán a producir en 2024.

Nuestro ejemplo más cercano confirma, como antes lo hizo el de Ucrania, que no hay rincón en el mundo que escape a la ley de la competencia. La diplomacia, la fuerza militar y los gobiernos de las potencias económicas, tienen como función central crear el marco más favorable para asegurar la colocación de los productos/mercancías de sus grandes empresas y corporaciones multinacionales en sus respectivos mercados sectoriales. Todo vale en esa lucha, y al final se impone el más fuerte. Es la consecuencia inevitable de que toda la sociedad esté bajo el dominio del capital, es decir, bajo el designio de la lucha permanente entre los grandes capitales organizados en Estados nacionales.

No solo se pone de manifiesto la relación parasitaria del capital con los trabajadores, simple mano de obra lo más barata posible, sino también la relación depredadora con los recursos naturales. No es que no muestren respeto hacia la naturaleza, es que la consideran su propiedad particular y la consumen solo mirando su cuenta de resultados. Pretenden imponer la propiedad privada, y en gran parte ya lo han conseguido, hasta en la última brizna de hierba, y en cada molécula de aire o gota de agua.

Que en este contexto la posición del gobierno de Sánchez sea la que ha expresado su ministra de Defensa, Margarita Robles, es continuista y, por tanto, decepcionante. “España tiene la posición de la OTAN. Y en ningún caso es aceptable que Rusia imponga condiciones a ningún país”. Decepciona que se levante la voz cuando Rusia intenta “Imponer condiciones” pero se mira para otro lado en multitud de ocasiones en las que unos países se imponen sobre otros, como ocurre con el silencio cómplice respecto a la ocupación y apartheid israelí. Se podría dar una larguísima lista de los países a los que EEUU “ha impuesto su ley”, pero lo que hace mucho más sangrante ese posicionamiento incondicional al lado de la OTAN, es decir, de EEUU, es que supone un respaldo a su actuación como poder imperialista. Como esta vez no pueden recurrir a la ONU, ya que en su Consejo de Seguridad están China y Rusia, recurren al manto protector de la OTAN tratando de disimular sus verdaderos intereses. Se validan los “logros” de las potencias imperialistas en esta crisis que empiezan por haber creado una situación política explosiva en Ucrania polarizando la sociedad en dos bloques irreconciliables. Se respalda la actuación de EEUU que ha debilitado la posición europea torpedeando su suministro energético, forzando la compra de su gas, contribuyendo a la subida de precios y dividiendo de paso a la UE entre quienes se arriman más a un bando o al otro, dependiendo del grado de dependencia del gas ruso o del miedo a ser totalmente absorbidos por una de las potencias (caso de Polonia). La división entre pro-rusos o pro-americanos no solo divide a países, sino que ha llegado incluso hasta a situar en bandos opuestos a la extrema derecha.

Pero finalmente, el “logro” más anacrónico que se respalda es que el cerco a Rusia está consiguiendo que forme parte de un bloque imperialista competidor más fuerte, el asiático, basado en el eje chino-ruso. Con ello se está agudizando una contradicción insalvable para el capitalismo global, que tendrá nuevos estallidos en Ucrania y/o en otros muchos rincones del mundo.

Los trabajadores de todo el mundo nada tenemos que ganar con una guerra entre EEUU y Rusia pues, en primer lugar, sería una carnicería global de la que ni los más alejados del epicentro podrían escapar indemnes. Bajo el mercado capitalista no puede haber garantía de paz como lo demuestra que, según la propia Margarita Robles, haya en estos momentos 34 guerras declaradas en el mundo. Esta es la “mayor” paz que nos puede ofrecer el sistema actual y todas sus instituciones. Este estado de guerra, o amenaza de guerra permanente, se da a pesar del desorbitado gasto militar “disuasorio”, según lo define la ministra. En 2020, año de pandemia, en el que el PIB mundial retrocedió un 4.4%, el gasto militar mundial siguió creciendo al 2,6% hasta alcanzar la astronómica cifra de los 2 billones de dólares de los que el 35% es el gasto estadounidense.

¿Cuánto ha costado que barcos de la Armada española patrullen aguas del Mar Negro desde hace 25 años? ¿Han sido ellos los que han evitado la invasión rusa de Ucrania? ¿Cuánto ha costado que los cazas vuelen por el cielo búlgaro desde hace 10 años? ¿Han impedido la guerra en el Dombás? ¿Qué hacen 300 militares españoles en Letonia de forma permanente? ¿Están más seguros los habitantes de Ávila o de Cuenca?

Los trabajadores de todo el mundo nos tenemos que oponer a esta posible guerra, y a todas las que tienen este carácter imperialista, porque sin tener ningún beneficio de ella, sí seremos con seguridad los más perjudicados. Nos tenemos que oponer con todas nuestras fuerzas a una guerra que es una disputa por mercados.

Sí tenemos mucho interés en que se reduzca de forma drástica la brutal cantidad de recursos que se destinan a gasto militar. ¿Cuántas cosas no se podrían hacer si todos esos recursos dilapidados en capacidad de destrucción se destinaran al bienestar general de toda la humanidad?

Queremos que todas las tropas españolas, y no estén desarrollando una labor estricta y exclusivamente humanitaria, vuelvan inmediatamente a sus bases y no participen en guerras que no son nuestras.

No queremos que se destine ni un solo euro del presupuesto público español a intervenciones armadas como aliados de un poder imperialista, para lo que es imprescindible salir de la OTAN, ¡ya!